17.10.11

Una peli me hizo llorar y fue catártico

Anoche miré “Marley y yo” y lloré. A mares. Con espasmos y todo. Me entristeció el alma la muerte de ese perro endemoniado, su agonía sigilosa, su extinción sosegada. La congoja me invadió hasta los huesos y colonizó piel y sangre y órganos vitales y músculos y ligamentos. Y en medio del desconsuelo y la montaraz catarata de lágrimas y demás secreciones creo que dilucidé que en realidad el llanto era por mí, no por el perro. Por tantas muertes, tantas pérdidas, tantos cambios que no logro reponerme de uno que aparece otro, tantos duelos inconclusos, tantas alteraciones en mi vida, en mi cotidianidad, en mis afectos, en mi territorio. Y lloré a moco tendido por las ausencias de seres queridos que ya no van a volver nunca más y que añoro desde las entrañas y que no me puedo sacar la amargura que me apretuja el pecho y que a veces me deja sin poder respirar, tanto que asusta. Lloré por el amor que repentinamente y sin previo aviso mutó a completo desconocido con una vida que me era ajena y duele recordar lo que significaba y por eso prefiero olvidar y hago todo el vano empeño posible para lograrlo. Lloré por el denso esfuerzo de mantener la cordura y la alegría y la esperanza y la confianza y tratar de salir a flote en medio de esta marea de adversidades y no afectar la infancia del principito de rizos mutilados que descansa plácidamente a mi lado mientras yo lloro sin tregua e intento no despertarlo con los espasmos que me vienen súbitos e irrefrenables. Y mi cabeza que roza la de mi chiquito y los mechones se confunden porque nuestro pelo es casi casi de idéntico color y por suerte que lo tengo porque él es la razón de mi resistencia  y de mi fortaleza que a veces no sé muy bien de dónde la saco y es la fuente de dicha que ilumina mis días (hasta los más oscuros) y a mi entender es la más fiel realización de la felicidad.  Y me dormí con una sonrisa.


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