En mi vida todo es azul.
Los días que pasan vertiginosos.
El cielo de octubre.
La pesadilla que tuve la otra noche donde me decías que nada había cambiado.
Esa pesadilla estaba sepiada en cerúleo y fue tan álgida que me desperté
horrorizada y con frío.
La pantalla de mi monitor se puso azul
entonces es azul el blanco del word
y también tus palabras
y todos los íconos gestuales que me mandás
incluso la rosa con la que te despediste hasta mañana.
Mi valentía es azul
y resulta que el azul es un color bastante cobarde
un color cagón.
Debería intentar teñirla de un color más temerario.
El amarillo siempre me gustó pero hoy es demasiado pro. Tengo que dejar
pasar esta algarabía preeleccionaria…
Mientras tanto podría apelar al verde: un color muy ecológico. Presumo que
la valentía verde es osada y sustentable en el tiempo.
Pero ahora me rodea el azul.
Es azul el cuadro en la pared
El cobertor de mi cama
La remera de Camilo
Mi jean añejo
La voz de mi mamá por el teléfono
El olor a asado que entra por la ventana
El tema de U2 que suena por la radio
El beldent que mastico pausadamente
El agua para los fideos
Mis labios helados
Mi piel estremecida, ávida por sentirte por vez primera
Tus dedos lejanos
Tu aroma ignoto
La distancia que nos separa
Mi tristeza infinita…
20.10.11
18.10.11
El que me toca es un chancho
Pido gancho. Necesito un respiro, un impasse.
Una tregua. Un paréntesis en esta embestida sin descanso. Solicito una prórroga,
una suspensión, un aplazamiento. Un intervalo, un alto. ¿Tiene alguien por
favor el poder de poner, aunque sea por un rato, en pausa mi vida?
17.10.11
Una peli me hizo llorar y fue catártico
Anoche miré “Marley y yo” y lloré. A mares.
Con espasmos y todo. Me entristeció el alma la muerte de ese perro endemoniado,
su agonía sigilosa, su extinción sosegada. La congoja me invadió hasta los
huesos y colonizó piel y sangre y órganos vitales y músculos y ligamentos. Y en
medio del desconsuelo y la montaraz catarata de lágrimas y demás secreciones
creo que dilucidé que en realidad el llanto era por mí, no por el perro. Por
tantas muertes, tantas pérdidas, tantos cambios que no logro reponerme de uno
que aparece otro, tantos duelos inconclusos, tantas alteraciones en mi vida, en
mi cotidianidad, en mis afectos, en mi territorio. Y lloré a moco tendido por
las ausencias de seres queridos que ya no van a volver nunca más y que añoro
desde las entrañas y que no me puedo sacar la amargura que me apretuja el pecho
y que a veces me deja sin poder respirar, tanto que asusta. Lloré por el amor
que repentinamente y sin previo aviso mutó a completo desconocido con una vida
que me era ajena y duele recordar lo que significaba y por eso prefiero olvidar
y hago todo el vano empeño posible para lograrlo. Lloré por el denso esfuerzo
de mantener la cordura y la alegría y la esperanza y la confianza y tratar de
salir a flote en medio de esta marea de adversidades y no afectar la infancia
del principito de rizos mutilados que descansa plácidamente a mi lado mientras
yo lloro sin tregua e intento no despertarlo con los espasmos que me vienen
súbitos e irrefrenables. Y mi cabeza que roza la de mi chiquito y los mechones
se confunden porque nuestro pelo es casi casi de idéntico color y por suerte
que lo tengo porque él es la razón de mi resistencia y de mi fortaleza que
a veces no sé muy bien de dónde la saco y es la fuente de dicha que ilumina mis
días (hasta los más oscuros) y a mi entender es la más fiel realización de la
felicidad. Y me dormí con una sonrisa.
13.10.11
The End
En el fondo sabía
que este veranito iba a llegar a su fin. Nada es tan sencillo. Evidentemente
tengo un asunto mal resuelto con la religión, porque mi impulso es agarrármelas
con las divinidades que tengo a mano. Entonces puteo contra el san cayetano que
asoma tímidamente la nariz por arriba de la cortina de la puerta de entrada y
me dan ganas de arrancarlo y escupirlo y patearlo y pisotearlo. Recuerdo esas
encomendaciones a la virgen escritas a mano en el cuaderno impío lleno de
números y nombres propios y las detesto y de pronto me vuelvo una fervorosa
creyente de las fuerzas del mal y espero que esos ruegos caigan en saco roto o
peor: que se vuelvan en contra, que provoquen exactamente lo opuesto a lo que
piden. De algo estoy segura y me baso en sucesivos hechos a lo largo de mi
vida: ninguno de esos feligreses pacatos predica verdaderamente las virtudes
establecidas por su propio culto. Desconocen la piedad, la humildad, la
generosidad. Las aplican sólo cuando quieren si quieren. Es obvio que hoy no
quisieron. Quizás agarre una tiza de algún color pagano como el anaranjado y
pinte en una de las paredes que fueron blancas y hoy están medio grises una de
esas estrellas de invocación a lucifer y me despatarre de la risa mientras dejo
que los trazos tomen una forma pérfida que sin dudas provocará el espanto y el
horror de esos timoratos que odio con el alma. Me regocijo de sólo pensarlo. Y
que ni se les ocurra pedirme repintar las paredes: el gris con naranja les
queda muy bien.
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